Una de clásicos ‘menores’

Ese lugar común de las “obras menores” en las carreras de grandes cineastas encierra una variada realidad detrás. A veces sirve para no reconocer que hasta el mejor de los mejores puede patinar, pero también suele ser una forma de destacar títulos olvidados de cineastas importantes, algunos de los cuales -todo sea dicho- han envejecido mejor que las “obras magnas”. Sea como sea, el tópico me vino la cabeza al intentar unir tres clásicos vistos recientemente. Esta semana hablamos de Te querré siempre (Roberto Rosellini, 1954), El extraño amor de Marta Ivers (Lewis Milestone, 1946) y Ariane (Billy Wilder, 1957).

Katherine y Alex viajan a Italia

Vale, menor no lo es. Ni en la carrera de su director, el italiano Roberto Rosellini -y mira que fue grande Rosellini- ni en la propia historia del cine -esa especie de bisagra entre el neorrealismo y la nouvelle vague-. Pero es cierto que hoy quizás pueden pasar algo desapercibidos sus hallazgos, perdidos en las aristas más melodramáticas de la historia o de la interpretación de Ingrid Bergman. Lo mejor de Viaje a Italia (1954) -título original porque en España se llamó Te querré siempre– es la forma orgánica que tiene de fusionar la profundidad psicológica del melodrama contemporáneo de Hollywood -esa mujer que duda, esa pareja que se resquebraja, el poder de la (in)comunicación entre los enamorados, el paisaje como metáfora del interior de los personajes-, con las escenas neorrealistas que suceden casi siempre de fondo y que nos hablan de una manera casi documental de la Nápoles de la época.

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Dos de los lados del triángulo

Este olvidado noir estadounidense es interesante sobre todo por lo que cuenta y cómo lo hace – de hecho optó a Oscar por su historia-. Unos jóvenes Barbara Stanwyck -ya era una estrella- y Kirk Douglas interpretan a dos personajes ambiciosos, capaces de saltarse la ética para salvarse a si mismos. Son manipuladores y pese a lo que parece en ocasiones -es el juego al que ellos mismos juegan- son tal para cual. El tercer vértice del triángulo lo forma un tarambana -el más desconocido Sam Masterson-, un niño de la calle que de adulto se ha convertido en un encantador canalla, con buen fondo, claro. La película se las arregla a la perfección para jugar con nuestra percepción de las cosas y divertirse a costa de nuestros prejuicios.

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Cuando Ariane encontró a Frank

Funciona mejor como película romántica que como comedia. Este film menor -aquí quizás sí- en la carrera de Billy Wilder se sostiene en la eficiencia de un veterano Gary Cooper, en un divertido Maurice Chevalier y en el carisma a prueba de bombas de Audrey Hepburn. Aunque su resolución es previsible y el enredo difícil de sostener, la amoralidad de los personajes y las situaciones -ojo con la libertad sexual de la que hacen gala aunque el desenlace sea necesariamente más tradicional- sorprende y agrada. Con todo, su mejor momento llega en la escena final, una pareja, una estación de tren y una despedida… O no.

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