Es una serie de culto (y lo sabe)

Vaya por delante que ni vi ¿Qué fue de Jorge Sanz? ni pude acceder a Crematorio, dos lugares comunes de eso que los optimistas llaman ‘nueva televisión en España’ -dos series, por cierto, de Canal Plus-. Vaya por delante también que nunca le he encontrado la gracia al humor de Ignatius Farray, ni entendía por qué tenía que orbitar tan cerca de los Reyes, López, Areces y compañía. Pero ocurre que un buen día, familiarizándome con los nuevos servicios televisivos asociados a la conexión por fibra, me topé con una serie de seis capítulos, producida por el canal Comedy Central y protagonizada por el humorista tinerfeño, que además ejerce de creador, de director y guionista -junto a Miguel Esteban y Raúl Navarro-. Llevado quizá por la curiosidad o por la necesidad de concederle la última oportunidad a Farray -todo sea por la muchachada chanante-, me puse el piloto. ¿El resultado? Boca abierta. Ojos como platos. Atrapado absolutamente durante los 20 minutos del capítulo. Sonriendo. Pensando. Desternillándome. A veces arrepintiéndome de haberme reído. Muchas veces congelando y resucitando la sonrisa una y otra vez. Fascinado siempre. El fin de la comedia, que así se llama la serie en cuestión, es algo grande, como pude comprobar después capítulo tras capítulo. Está llamada a ser desde su concepción, eso sí, una serie de culto, con todo lo que ello significa, especialmente aquello de que nunca será mayoritaria, ni siquiera generalista.

10712593_10152887666197904_8059777681082128996_oY efectivamente (y lo sabe), no es una serie para todos los paladares. Es más. Muchos considerarán que incluso no es una comedia. Para mí sí lo es, a ratos, en determinadas capas de la historia, sin chistes, pero una comedia. Sus situaciones extrañas son hilarantes. A veces se barnizan de tristeza, de melancolía, de amargura, en otras ocasiones derivan a la sordidez, al mal rollo, a lo políticamente incorrecto, pero definitivamente son hilarantes. Ese fan que encuentra a Ignatius en la calle y le propone que actúe en el cumpleaños de su hermano gemelo. Ese desconocido coleccionista de monos de juguete que acoge a Nacho en su casa y le da de cenar y le da cariño. Ese operario de la compañía telefónica que en lugar de arreglar la conexión a Internet se dedica a beber agua y hacer el bien a su alrededor como si de una loquísima versión de Amelie -en el cuerpo de Víctor Clavijo- se tratase. Secundarios todos con personalidades difíciles de olvidar, a los que dan vida actores muy conocidos. algunos interpretándose a sí mismos. Por ahí pasan Joaquín Reyes, Julián Vilagrán, Javier Cansado o Willy Toledo, este por cierto atreviéndose con un vitriólico autoguiño que ironiza sobre su compromiso social.

El fin de la comedia es una gran serie no sólo por original, que lo es y mucho. Es grande porque acaba encontrando un personaje, ese Nacho, inolvidable. Lo mismo dais.mtv que sea real o que ese juego realidad/ficción sea una pirueta más de la obra. Pero Nacho, ese Nacho en el que se convierte Ignatius Farray al bajar del escenario, cuando no chupa pezones de desconocidos, ese Nacho desastre, divorciado, en proceso judicial por la custodia de su hija, que viste pantalón corto y camisa hawaiana, que siempre tiene el piso manga por hombro porque nunca espera visita, que no se atreve a enfrentarse al vecino gruñón, que es un obseso del porno (y de los libros), ese Nacho, es un personaje entrañable en el fondo, repleto de buenos sentimientos, dispuesto a salvarle la vida a su atracador o a perder su autobús a Madrid por conseguir que un desconocido no se suicide. Sí, es patético y torpe, torpísimo, casi diríamos que por naturaleza, siempre elige el peor de los caminos posibles. Pero nuestra visión hacia él no es, desde luego, ridiculizante. Tampoco es compasiva o, por lo menos, no siempre. No nos identificamos con él, pero nos cae simpático. Quizá por su vulnerabilidad, por el peligro siempre latente que hay en cada paso que da. Ese extraño tono intermedio de nuestra percepción del personaje y de toda la serie convierte al protagonista en un antihéroe inolvidable y a la serie en lo más cerca que la televisión en España va a estar nunca de La conjura de los necios. Y eso es muchísimo.

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