Cine que habla de la (fétida) realidad

Dos películas me han dejado noqueado esta última semana, tan repleta de resignadas vigilias nocturnas. Las dos tienen que ver con la realidad y con sus aristas más oscuras. Las dos son muy recomendables y altamente terroríficas. Las dos quiero que encuentren su hueco en este blog. Una es una ficción que adapta una historia real. La otra, un documental sobre lo que puede ocultarse detrás de la mayor de las ficciones: el sueño americano made in Hollywood.

El clan

 
Consigo ver por fin El clan, la película de Pablo Trapero sobre la historia de los Puccio, una increíble historia real que sucedió en la Argentina de los años 80. Ni el consabido ‘Basado en hechos reales’ al principio del filme, ni los rótulos finales con los que se nos cuenta el desenlace de los personajes -dos detalles que a fuerza de verlos en bodrios de sobremesa ya nos ponen a la defensiva a todos- me alejan de una propuesta que acaba siendo de las mejores del 2015. Y lo es por muchas razones, pero una de ellas y no la menos importante es el convencimiento, esa convicción que durante tantos años hemos echado en falta en nuestro cine de género y de la que Trapero va sobrado.

Una ambientación sin fisuras y un imaginativo desarrollo no exento de cierto (y sano) sentido del humor son pilares esenciales para una historia en la que merece mención especial un reparto ajustadísimo encabezado por una solvente Lili Popovich como madre amantísima (y oscurísima) y por un duelo interpretativo padre-hijo de altura. No nos permitamos olvidarnos de un muy convincente Juan Pedro Lanzani en la piel de Alejandro, el hijo mayor del clan, con el que casi siempre empatizamos pero al que nos moriríamos también por zarandear en otras. Pero sí, si algo pervivirá del filme será seguramente la mimetización del tradicionalmente simpático Guillermo Francella en Aquiles Puccio, el gélido cabecilla de todo este disparate delictivo. Y momentos de tanto cine como el de esta escena que sirvió de apertura ejemplar del tráiler para la película.

Un secreto a voces

Estoy embarcado en un proyecto documental sin prisa del que algún día les hablaré y mientras tanto aprovecho los huecos muy pequeños que me deja la vida para ver todos los documentales que caen en mis manos y ver estructuras, tonos, formas de definir a los personajes… Así, de pura casualidad, llegué a este, dirigido en 2014 por Amy Berg, una documentalista que ya asomó la patita en los Óscar con Líbranos del mal. Al igual que aquel, Un secreto a voces va de pederastia, del lado más maloliente que vive bajo los suelos menos sospechados -o en este caso por más sospechados que estén nunca radiografíados en una película-. Y al igual que a aquel puede acusársele de cierto sensacionalismo, pero no se puede ignorar la capacidad de Berg de emocionarnos -lo que en una película como esta supone en gran medida asquearnos-, su fascinante forma de llevarnos a su terreno -como en esa historia de los padres de una de las víctimas tan bien dosificada- o haber encontrado personajes inolvidables como ese chico que solo quiere que su agresor le reconozca que esto del sexo con menores no es algo «normal».

También hay que reconocerle a Berg su valentía, casi kamikaze, de ir contra el todopoderoso Hollywood, mostrando el infierno que puede ocultarse bajo la búsqueda del estrellato. Llama la atención, sin embargo, que pase de puntillas por las víctimas más famosas -Corey Feldman- o por el escandaloso caso de Bryan Singer, denunciado por uno de los ex niños artistas que sale en documental y cuya historia judicial acabó casi antes de empezar -el denunciante retiró los cargos-. Tanto si se trata de una decisión comercial como si el problema residía en que incluir la historia no le iba bien al desarrollo de la película -aquello  de ‘Que la verdad no te estropee una buena historia’- o incluso si no había pruebas suficientes para meterse con una de las vacas sagradas de Hollywood, estamos ante una laguna que acaba, a poco que lo piense, restando puntos al conjunto. 

Dejo para otro día una reflexión que siempre me surge al ver un buen documental estadounidense. Es cierto que hemos abusado demasiado del busto parlante en el cine documental, pero tengo la sensación de que ahora estamos haciendo exactamente lo mismo con lo observacional. Sólo hay que ver la mayoría de las películas nominadas año tras año a los Óscar para darse cuenta de que un buen documental sólo necesita una  buena historia que contar, que el timonel sepa contarla y, sobre todo, que disponga de personas/personajes que, de busto o en plano general, traspasen la pantalla.

Nota mental: desarrollar esta idea en un próximo post. Esta y la de por qué en EEUU el cine documental sigue desempeñando un importante papel de investigación periodística y en Europa lo hemos reducido a un pasatiempo arty sin más.

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